domingo, 8 de marzo de 2015

Por qué da Vinci no pudo volar y por qué el Gobierno no nos deja



Fernando Alfaro empieza su clase sobre innovación y “huella digital” preguntando a los alumnos por qué no pudo volar Leonardo da Vinci (para ver el curriculum vitae de Da Vinci, pinchar aquí). Parece que no obtiene buenas respuestas cuando la clase la da a alumnos jóvenes y que éstas son mejores cuando los alumnos son más “viejos”. Le digo que ha formulado mal la pregunta y que cuando se habla de que los profesores deben dejar de “dictar clases” o dar lecciones magistrales y “acompañar” a los alumnos en el aprendizaje lo que se quiere decir es que ser capaz de formular las preguntas correctamente es una de las aportaciones más valiosas del profesor

La pregunta tiene que tener su respuesta en la cabeza de los alumnos. Los alumnos deben conocer la respuesta de antemano. Lo que la pregunta tiene que provocar es que los alumnos extraigan de su cerebro – y de las lecturas previas a la clase – la respuesta. En otro lugar he explicado que los servicios de atención telefónica, a menudo, nos resuelven el problema llamándonos la atención sobre una información que ya está en la página web o en las instrucciones que hemos recibido antes. Simplemente, no somos capaces de verla por nosotros mismos y necesitamos que alguien dirija nuestra atención hacia una determinada información para que nos demos cuenta de la relevancia de la misma. "I never give them the answer. I always ask them questions so they can find the answer,Luego se trata de combinar esa información con otras para mejorar la respuesta y resolver el problema.

La respuesta a la pregunta de Fernando Alfaro es fácil para alguien que sepa algo de Historia Económica y conozca los orígenes de la Revolución Industrial: la sustitución de la fuerza animal y humana y la leña por los combustibles fósiles (carbón) eliminó un límite radical a las posibilidades de producción. Cuando empezamos a utilizar el carbón como fuente de energía, podíamos aplicar mucha más energía a los procesos productivos. Los humanos no podemos volar porque no podemos aplicar suficiente energía para vencer la fuerza de la gravedad y elevarnos sin un “motor” o, dicho de otra forma, el motor requiere una intensidad energética muy superior a la que nos proporciona la metabolización de lo que comemos. Podemos planear si acumulamos energía (potencial) y nos subimos a una montaña y utilizamos un planeador suficientemente grande y poco pesado (materiales que no estaban a disposición de da Vinci).

La otra (o quizá, más modestamente, otra) evolución que ha permitido a los humanos superar los límites que la naturaleza impone al crecimiento es la difusión y gestión de la información. El ejemplo de Fernando Alfaro es la contabilidad. Desde su invención, fue posible el control de la producción y gestión de una empresa. Sin información, los que toman decisiones en una empresa – o en cualquier organización – actúan a ciegas. El Gobierno lo hace cada vez que aprueba una reforma legislativa sin conocer mínimamente la realidad sobre la que actúa (piénsese, recientemente, en la Ley sobre la segunda oportunidad o en la Ley de Transparencia). Y la carencia de información es tanto más peligrosa cuanto más general es la nueva regulación.

La contabilidad, sin embargo, encontró su límite rápidamente en los elevados costes de obtener y procesar la información sobre las operaciones que se desarrollaban en el seno de la empresa y en las relaciones de ésta con los demás participantes (clientes, proveedores, empleados, Estado…). La aparición de la computación permitió superar este límite. La información podía procesarse rápidamente. Pero los datos tenían que almacenarse, es decir, “transportarse” desde donde se producía la información (la venta, la compra, el pago de un salario, la rotura de una máquina…) a donde se procesaba. Las empresas generaron grandes centros de proceso de datos con miles de empleados que alimentaban un gran ordenador. 

El cableo de toda la superficie terrestre y, después, el desarrollo de la comunicación sin cables (wireless) suprimió los costes de transportar la información y acabó con la necesidad de grandes centros de proceso de datos (e incrementó el consumo de energía exponencialmente). La información se incluía en el sistema desde todos los puntos del planeta. Pero alguien tenía que meter la información en el sistema. La producción de la información, por sí sola, no permitía utilizarla, la operación, transacción o dato debe introducirse en el sistema. El uso de la tecnología sobre código de barras y puntos de venta y similares permitía que la transacción se registrase al mismo tiempo que se producía. Pero su paso a la contabilidad y, por tanto, su “puesta a disposición” de los interesados en la contabilidad de la empresa se seguía produciendo con un retraso considerable. Las empresas sólo publican balances trimestrales y, en general, producen cuentas anualmente. Y pasan hasta dos o tres meses desde que se produce la transacción hasta que ésta se registra en la contabilidad de la empresa. La cosa es mucho peor porque la "calidad" de los datos que utiliza la contabilidad es muy deficiente, es decir, permite a los contables manipular los resultados con facilidad. Pero de eso hablaremos otro día. Lo importante es señalar que la calidad de estos datos es muy superior a la de los datos contables.

¡Que entre el internet de las cosas y la huella digital!



Cuando la tecnología permite que las “cosas” generen información y que la comuniquen directamente a las máquinas que pueden procesarla, los límites de la Contabilidad desaparecen. Se elimina el lapso temporal desde la producción de la transacción hasta su contabilización y se puede incluso adelantar el hecho registrable. ¿Y si en vez de calcular beneficios calculamos los ingresos de una compañía y luego procesamos los ingresos – lo que es muy fácil – y deducimos los beneficios de esos ingresos? Pero, mejor aún, ¿y si en vez de computar y procesar los ingresos de un Mercadona contamos el número de clientes que entran en un establecimiento (poniendo, simplemente, un arco en cada puerta del establecimiento) y, con grandes números, podemos deducir los ingresos de ese centro casi antes de que se produzcan las transacciones correspondientes? ¿Y si contamos el número de despegues y de aterrizajes en Tenerife y de ahí deducimos cómo les va a ir en el próximo trimestre o temporada turística a los hoteles de la isla canaria? Con muchos datos y muchos programas de ordenador, las posibilidades parecen ilimitadas.

Compárese, por ejemplo, el registro de las ventas de una tienda de pintalabios y la optimización del inventario por parte del fabricante. Si cada pintalabios lleva un chip que (“habla con el fabricante”) informa al fabricante del preciso momento en que se ha vendido en una tienda determinada, el de la tienda tendrá automatizados los pedidos que ha de hacer para no tener nunca un exceso de producto pero tampoco carecer de los solicitados por los clientes. Pero imagínese la cantidad de información que puede obtenerse sobre los gustos de los consumidores conociendo el ritmo de ventas y los productos más o menos vendidos en cada zona geográfico. Por no hablar de la posibilidad de combinar esas informaciones con otras entre las que exista algún tipo de relación (¿qué otros productos se venden cuando se vende una barra de labios? ¿qué marcas pierden ventas cuando otras venden más? ¿compra la gente menos detergente cuando compra más pintalabios?).

¿Miedo al “gran hermano”?


No. Toda esta información no incorpora datos personales. Sabemos que si en el Mercadona de Águilas han entrado 22.500 personas en este mes y que el número es un 20 % más que el año pasado, los resultados de Mercadona serán mejores. Y lo sabremos porque habremos hecho lo mismo con todos los establecimientos de Mercadona. Pero no sabemos nada de si ha sido Rosa, Pedro o su anciana madre la que entró, a qué hora entró y si compró preservativos o detergente. No hay riesgo para la privacidad porque no se manejan datos personales.

¿Y si Hacienda nos diera una clave de acceso a nuestra página personal en Hacienda? Y si pudiéramos dar permisos a nuestro banco, o a El Corte Inglés para conseguir que nos dieran un crédito más barato, a más largo plazo o en mejores condiciones? ¿Y si todas las Administraciones Públicas hicieran lo mismo? Estamos dejando centenares de miles de millones de euros sin producir porque la información de la que dispone la Administración no es de libre acceso. Y los da Vinci que hay por el mundo, no pueden aprovecharla para hacernos a todos más ricos y productivos.

Actualización: Eli Dourado explica cómo puede aplicarse este planteamiento de libre - y consentida - acumulación y puesta a disposición de datos a la investigación de nuevos fármacos 

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